martes, 11 de agosto de 2020

Un abuelo

 

El Abuelo

Cuando me muera no será del todo, no faltara quien me recuerde

 Decía el que no conoció nietos. Aunque de recio carácter, lo que a la postre le granjeo el respeto de muchos, también dejo odios y rabias. Siempre tenía historia que contar como padre, compañero y amigo, historias y recuerdos; unos  buenos otros no tanto, eso depende de quién los oiga.

Alto, corpulento, campesino de origen y recuero de oficio.

Estos caminos si que me los conozco, decía hablándome de sus arrierías; los conozco como la palma de mi mano, en ellos viví de mulas y con mulas, aguantando hambres, soles y lluvias; noches oscuras y de luna; calmando sedes con lo que me ofrecieran.

Mirando a los lejos buscaba recuerdos:

Un día le pedí más agua de maíz a la señora mientras botaba la rata muerta que estaba en el fondo del tazón en el que acababa de beber; el  camino era largo y no encontraría en muchas horas con que calmar otra sed.

La vida es de luchas y no poquitas, también de persecuciones, ―no paraba de hablar―. Obligado deje las recuas corriéndole a la muerte que esta vez estaba pintada no de  negro, pero sí de azul y de rojo; si bien simpatizaba con los rojos, en uno de esos caminos me preguntaron si era liberal o conservador; no sabía que contestar, pues no sabía que eran ellos, me sigo preguntando qué pasó que no me mataron,  sí le quitaron la vida a otros; habían cruces en el lugar, las vi  días después, eran muchas, como quince o veinte.

Por eso estoy en la ciudad, no me mataron las balas, pero fueron las máquinas las que si acabaron con mi vida. Fueron veinte años con ropa grasienta,  encerrado; entraba oscuro, en la madrugada; salía oscuro en la noche;  en muchos días no sentía el sol.

 


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