El Abuelo
Cuando
me muera no será del todo, no faltara quien me recuerde
Decía el que no conoció nietos. Aunque de recio
carácter, lo que a la postre le granjeo el respeto de muchos, también dejo
odios y rabias. Siempre tenía historia que contar como padre, compañero y amigo,
historias y recuerdos; unos buenos otros
no tanto, eso depende de quién los oiga.
Alto,
corpulento, campesino de origen y recuero de oficio.
Estos
caminos si que me los conozco, decía hablándome de sus arrierías; los conozco como la palma de
mi mano, en ellos viví de mulas y con mulas, aguantando hambres, soles y lluvias;
noches oscuras y de luna; calmando sedes con lo que me ofrecieran.
Mirando a
los lejos buscaba recuerdos:
Un día le
pedí más agua de maíz a la señora mientras botaba la rata muerta que estaba en
el fondo del tazón en el que acababa de beber; el camino era largo y no encontraría en muchas
horas con que calmar otra sed.
La vida es de luchas y no poquitas, también de
persecuciones, ―no paraba de hablar―. Obligado deje las recuas corriéndole a la
muerte que esta vez estaba pintada no de
negro, pero sí de azul y de rojo; si bien simpatizaba con los rojos, en uno
de esos caminos me preguntaron si era liberal o conservador; no sabía que
contestar, pues no sabía que eran ellos, me sigo preguntando qué pasó que no me
mataron, sí le quitaron la vida a otros;
habían cruces en el lugar, las vi días
después, eran muchas, como quince o veinte.
Por eso estoy en la ciudad, no me mataron las
balas, pero fueron las máquinas las que si acabaron con mi vida. Fueron veinte
años con ropa grasienta, encerrado;
entraba oscuro, en la madrugada; salía oscuro en la noche; en muchos días no sentía el sol.
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