DOMINGO
Son las tres de la madrugada. Como siempre, el reloj interrumpe el
apacible sueño de quien, quiéralo o no, se tiene que levantar. Estirando su
mano detiene el monótono ruido de su reloj despertador para no
incomodar a quien por tantos años ha sido su mejor compañía. Somnoliento se
dirige al baño, y con el placer que se siente al hacer algo con ganas desocupa
su vejiga. Escuchando el vaciar del sanitario a esas horas de la madrugada y
menos aperezado se enjuaga la boca en el frío y escondido lavadero.
Se detiene al pasar por la cocina, indeciso, y pensando mil cosas dice:
“me acuesto, no me acuesto, adelanto trabajo para la semana, hago tinto o
continuo con la tercera lectura de “Cien años de soledad”, en fin, cinco cosas,
no mil. Después de un segundo decide encaminarse al lugar que para él ha sido
el sitio más acogedor de su casa: el cuarto de estudio: Libros, música, obras
de arte, figuras geométricas, y lo
mejor, dos enfilados ejércitos esperando el decreciente conteo de segundos que
declare el término de una batalla más. Con solo ver las huestes frente a frente
se olvida de todo: cama, trabajo por adelantar, lectura; y recordando a
Kasparov, Karpov, Tal y al genial Capablanca; a Mauro, J.J. al de la plazuela,
al colega con quien se ha enfrentado en la ajedrecil lucha, se sienta a
recordar movimientos de ataque y de defensa: d4-d5, c4-Cf6…, es fascinante.
Pasa el tiempo, las horas son como segundos. El reloj marca las cinco.
El domingo no es cualquier domingo, desde su partida, hace más de un
mes, se hacen los preparativos para el
primer encuentro con el hijo que quiere ser cura, pero que para lograrlo, dice,
hay que aspirar a Papa. Con su partida, los segundos son como horas y los días
como meses. La ausencia no es un juego de ajedrez.
Con el alba empieza el ajetreo.
En un fogón el almuerzo, en el otro el desayuno.
− Traiga el morral
− No se nos puede olvidar esto,
nos falta lo otro.
− Ya son las siete
− Se nos hizo tarde.
− ¡Vaya báñese!
− Recuerde empacar el libro.
− Encierre a Pegaso.
− …
Por fin se cierran las puertas y, taxi, taxi… Por favor no lleva a. . .
jajaja, que descripción tan interesante, que cotidianidad expresada en un cuento, ameno, sencillo y de tantas acciones para un rango de tiempo. Genial
ResponderEliminarGracias por tus comentarios.
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