martes, 11 de agosto de 2020

Las cruces

 

Ahí están las cruces, sólo hay siete, eran más; como quince o veinte, no recuerdo, hay restos de algunas. Conocí los muertos, no todos. Alguna pudo haber sido mi cruz, y si así fuera, quien sabe quién, viéndolas, diría lo mismo y no sabría cual es mi cruz, si es que me conoció, si está, si no está, o si hay restos de ella,  así como no sé de quién son éstas que quedan.

 

En el otro recodo también hay cruces, y más allá hay más recodos con más cruces, son muchas. Todo comenzó hace muchos años; cuarenta, cincuenta, sesenta, no sé; no habían muchas cosas, las ciudades eran pequeñas, con edificios pequeños, vehículos pequeños; no había cultura metro porque metro no había. Hoy hay muchos lugares sin cruces que deberían tenerla. En tantos años nada ha cambiado, sólo lo de las cruces. Unos dicen que son los otros; los otros dicen que son los unos, no se sabe, o mejor si se sabe, son los unos y los otros.

Un abuelo

 

El Abuelo

Cuando me muera no será del todo, no faltara quien me recuerde

 Decía el que no conoció nietos. Aunque de recio carácter, lo que a la postre le granjeo el respeto de muchos, también dejo odios y rabias. Siempre tenía historia que contar como padre, compañero y amigo, historias y recuerdos; unos  buenos otros no tanto, eso depende de quién los oiga.

Alto, corpulento, campesino de origen y recuero de oficio.

Estos caminos si que me los conozco, decía hablándome de sus arrierías; los conozco como la palma de mi mano, en ellos viví de mulas y con mulas, aguantando hambres, soles y lluvias; noches oscuras y de luna; calmando sedes con lo que me ofrecieran.

Mirando a los lejos buscaba recuerdos:

Un día le pedí más agua de maíz a la señora mientras botaba la rata muerta que estaba en el fondo del tazón en el que acababa de beber; el  camino era largo y no encontraría en muchas horas con que calmar otra sed.

La vida es de luchas y no poquitas, también de persecuciones, ―no paraba de hablar―. Obligado deje las recuas corriéndole a la muerte que esta vez estaba pintada no de  negro, pero sí de azul y de rojo; si bien simpatizaba con los rojos, en uno de esos caminos me preguntaron si era liberal o conservador; no sabía que contestar, pues no sabía que eran ellos, me sigo preguntando qué pasó que no me mataron,  sí le quitaron la vida a otros; habían cruces en el lugar, las vi  días después, eran muchas, como quince o veinte.

Por eso estoy en la ciudad, no me mataron las balas, pero fueron las máquinas las que si acabaron con mi vida. Fueron veinte años con ropa grasienta,  encerrado; entraba oscuro, en la madrugada; salía oscuro en la noche;  en muchos días no sentía el sol.

 


Domingo

 

          

DOMINGO

 

Son las tres de la madrugada. Como siempre, el reloj interrumpe el apacible sueño de quien, quiéralo o no, se tiene que levantar. Estirando su mano  detiene el monótono  ruido de su reloj despertador para no incomodar a quien por tantos años ha sido su mejor compañía. Somnoliento se dirige al baño, y con el placer que se siente al hacer algo con ganas desocupa su vejiga. Escuchando el vaciar del sanitario a esas horas de la madrugada y menos aperezado se enjuaga la boca en el frío y escondido  lavadero.

Se detiene al pasar por la cocina, indeciso, y pensando mil cosas dice: “me acuesto, no me acuesto, adelanto trabajo para la semana, hago tinto o continuo con la tercera lectura de “Cien años de soledad”, en fin, cinco cosas, no mil. Después de un segundo decide encaminarse al lugar que para él ha sido el sitio más acogedor de su casa: el cuarto de estudio: Libros, música, obras de arte, figuras geométricas,  y lo mejor, dos enfilados ejércitos esperando el decreciente conteo de segundos que declare el término de una batalla más. Con solo ver las huestes frente a frente se olvida de todo: cama, trabajo por adelantar, lectura; y recordando a Kasparov, Karpov, Tal y al genial Capablanca; a Mauro, J.J. al de la plazuela, al colega con quien se ha enfrentado en la ajedrecil lucha, se sienta a recordar movimientos de ataque y de defensa: d4-d5, c4-Cf6…, es fascinante.

Pasa el tiempo, las horas son como segundos. El reloj marca las cinco.

El domingo no es cualquier domingo, desde su partida, hace más de un mes, se hacen los preparativos  para el primer encuentro con el hijo que quiere ser cura, pero que para lograrlo, dice, hay que aspirar a Papa. Con su partida, los segundos son como horas y los días como meses. La ausencia no es un juego de ajedrez.

Con el alba empieza el ajetreo.

En un fogón el almuerzo, en el otro el desayuno.

− Traiga el morral

  No se nos puede olvidar esto, nos falta lo otro.

  Ya son las siete

  Se nos hizo tarde.

  ¡Vaya báñese!

 Recuerde empacar el libro.

  Encierre a Pegaso.

 

Por fin se cierran las puertas y, taxi, taxi… Por favor no lleva a. . .

Cuentos. Compilación.

De los cuentos que he leído, estos son los que más me gustan. En cuanto al orden, no quiere decir que La venganza se el número uno,  no es un top. Cada cuento está señalado por una viñeta en el siguiente orden: Título del cuento. Autor. Un aparte del cuento. Por último, la URL donde se puede leer el texto completo del cuento señalado. 
  • La Venganza. Manuel Mejía Vallejo. 

  •  Duelo a cuarto cerrado. Manuel Mejía Vallejo

— ¿Quiénes?

—Ellos. Juraron darse cuchillo agarrados a un pañuelo.

En un principio fueron amigos extremos. Sólo ellos  podían llegar a ser enemigos hasta la obsesión, unidos en la vida y en muerte por ese rencor que les llenaba las horas.”

Velásquez, M. E. (2007). Antología comentada del cuento antioqueño. Universidad de Antioquia. Pág. 147

  •  Luvina. Juan Rulfo

             "Ellos me oyeron, sin parpadear, mirándome desde el fondo de sus ojos, de los que sólo se asomaba una lucecita allá muy adentro.

             -¿"Dices que el gobierno nos ayudará, profesor?

             ¿Tú no conoces al gobierno?

             "Les dije que sí.

             -"También nosotros lo conocemos. Da esa casualidad. De lo que no sabemos nada es de la madre de gobierno..."

 http://www.cus.uadec.mx/docs/difusion/Juan%20Rulfo/LUVINA.pdf