Cartas dispersas es, o era
una columna del periódico El Colombiano,
de la ciudad de Medellín, escrita por el profesor José Guillermo Ánjel R. La carta “A Proust” la leí
por primera vez el 29 de septiembre de 2002. Dice así:
A
Proust
Apreciado y educado Marcel.
También leído y degustado, porque sus libros no sólo son para saber una
historia sino para sentir lo que esa historia dice. Como una taza de té que se
toma con ambas manos, sintiendo el calor
y el paisaje, así hay que leerlo a usted. Por esto, pensando en lo que es
delicado y fino, suave y propicio a la sensibilidad y al asombro. En otras
palabras, el derecho a tener sentimientos y a ejercer la sentimentalidad, no en
términos de aburrimiento, como tantos poetas de bar, sino de vivencia frene a
los demás y lo que no rodea.
El romanticismo fue la
respuesta sentimental al mundo de la razón. Y si bien la Ilustración (desde
Descartes a Kant) nos hizo propicios a la inteligencia fría y analítica, los
románticos le dieron a esa racionalidad el encanto de la poesía de un Byron, de
un Flaubert, de un Kavafis, de un
Pessoa, porque sin una educación sentimental es imposible que la razón tenga sabiduría. La
racionalidad, con sus máquinas y sus balances precisos, con sus formulaciones invariables
y resultados esperados, hace del hombre un robot que obedece sin cuestionarse. La sentimentalidad, el
sentir lo que sucede con la razón, lleva a hacerse preguntas. Y en la pregunta,
a obtener respuestas para vivir y darle sentido
a la vida. Pero la sentimentalidad, en nuestros días, se ha perdido, Marcel.
Hölderlin, el gran romántico
alemán, reclamó la necesidad de sentir al otro, (mirarlo, tocarlo, reír y
llorar con él) para convertirlo en un ser de nuestra propia especie. Pero ese
reclamo, que Ernesto Sábato reivindica como una forma de Resistencia a la falta
de sentimientos, llega a oídos sordos. Pocos son los que se emocionan, los que se solidarizan, los que sueñan. Hoy,
Marcel, asistimos a una masa fría que vive entre cálculos y sigue programaciones,
que ve al otro desde la producción y el consumo y que confunde un llanto
emocionado con una risa, como una forma de actuación o como parte de un chiste.
Marcel Proust, perdido el sentimiento, perdido el sentido de vivir.
Ángel R. José Guillermo. En:
Periódico El Colombiano. Cartas dispersas. A Proust. Septiembre 29 de 2002. Pág. 5ª.